martes, 18 de diciembre de 2007

Se murió doña Teresa, me dijeron.
Doña Teresa era una tana que nunca perdió su acento, gorda y canosa, que terminó quedando sola. La vida a veces es medio embromada... No sé que cosa terrible puede haberle hecho a su hijo para que no la fuera a ver más. Como siempre, en el barrio, acusaban a la nuera. Siempre acusan a la nuera. ¿Cuando una hija se pelea con su madre, acusan al yerno con igual saña?
Pero en fin, fui al velorio,en su casa, además. No sé porque fui. Tendría yo ¿18 años? Allí estaba, en mi viejo barrio, recordándola, reencontrándome con gente que ya me parecía vieja desde que yo era chica y que en ese momento, obvio, seguía siendo vieja. Y ahí nomás, en el medio del velorio, me volví a enamorar. N. el médico del barrio, medio tartamudo y solterón, me empezó a gustar. Y cuando a mi me empezaba a gustar alguien, terminaba casi indefectiblemente enamorada. Esto quiere decir: cosquillas en el estómago, irrefrenables ganas de verlo, locura momentanea e impulsos incontrolables de lanzarme encima de la víctima. En eso se convirtió el velorio, del que por supuesto me fui, cuando se llevaron el cajón!